jueves, octubre 26, 2006

VA POR TI

PERRADIX


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No, no se trata de ningún vecino de aldea gala. Donde yo vivo se cuenta un sucedido aprovechando la siempre abierta vía del amor hacia los animales. “N´hi han gossos mes inteligents qu´el amo” – dice un parroquiano, y le contesta su interlocutor, sacando pecho de lo que tiene en casa - “El meu”. Bueno, pues mi perra se llama Dix, y vaya este blog como homenaje a la inteligencia. La suya. Hace algunos veranos, ese viajecito familiar con los hijos entonces pequeños, que bueno estaría el patio si ahora decimos de repetir, y no hay mejor ocurrencia que ese rasgo de originalidad: a Eurodisney. Cada vez que subíamos a una atracción nos preguntaban cuántos éramos, por aquello del acomodo de todo el grupo. La respuesta siempre era la misma: diez. Aquello caló en mi hijo mayor, que a los meses tomó la Comunión. Su tío, y padrino, le preguntó que quería, y una perrita, un cachorrito de cocker, se vino a vivir con nosotros. Miguel lo tuvo claro. ¿Qué nombre le ponemos? “DIX”. No hubo más que hablar. Suelta pelos por todas partes, que la jefa está que trina recogiendo bolas, como esas que salen en las películas del oeste. De los rincones del pasillo, bajo la butaca donde se queda entre vigilante y adormilada, a la puerta de casa, bajo la mesita junto al sofá… Pero no sé. Hace unas semanas que se fue, que no podíamos llevárnosla, a la casa del pueblo. Y allí sigue, de veraneo. Que está muy bien, que la tía la cuida mucho, que se la ve “molt lluenta”. Te extraño. Necesito tu mirada acuosa. Que te quedes adormilada encima de los pies, con ese calorazo que das, mientras estoy aquí, pasando mis ratos muertos dándole al teclado del ordenata, apareciendo SIEMPRE que cualquiera de la casa abre la nevera, a ver qué cae…En fin, Dix, que igual este domingo se te acabó el chollo. Que te habrás puesto hasta arriba de arròs al forn, que la tía Rosa es afamada en el asunto, pero que no podemos más. Se acabó

GUAPA

Va, que te saco, no te pongas nerviosa. Estos animalitos son la leche. No perdonan. A su hora sus cositas, su rutina... . Acorta el día, que te paseabas, tontorrona, buscando entre los bancos “algo”, que siempre encuentras “algo”, y desde lejos controlaba el qué. Ahora apenas te distingo, y a veces me pongo nervioso cuando silbo y no apareces, que no sé donde estás, ni si dejas algún regalito, que voy bien provisto de bolsas del Carrefús. Curioso esto de la bolsas, de aprovechamiento tan distinto cuando se vienen, del que le damos en la despedida. Pero en fin.Ya más tranquila, con toda la faenita hecha, a tu sitio.

No se preocupe la interesada, que éramos diez, sí, en aquella juerguecilla, pero es que iban contados los primos tíos y abuelos, que fue el evento como un gesto de dedo medio estirado “a quien corresponda”, como un “te lo pierdes, por pendeja”, que mis suegros andaban calientes y fue como un solaz reivindicativo. Pero a lo que vamos. El día acorta Dix. Te paseas por la casa dejándote caer en cada una de las estaciones de tu via crucis. Por la mañana bajo la mesa de Miguel. Allá a las 12 vigilante bajo la butaca del recibidor, que está Yago al caer. Sobre las dos a la cocina, que algo cae. Y allá a las tres, al salón, bajo la mesita, con tu botín, con aquel calcetín que no encontramos, con aquella lata de paté, ahora reluciente, que tiramos, locos de nosotros, con tanta cosa buena dentro. Siempre aparece algo, Dix, y deberías ser más aseada, que el horno no está para bollos y das faena, carambas.

Qué tranquila estás, cómo roncas, estirada, a mis pies. El penco no para, que es una máquina. Cuántas bolsas necesitaría yo, necesitaríamos todos los españoles, para ir recogiendo sus regalitos y que no queden demasiados para que los que vengan detrás tengan algo mejor que hacer que limpiar nuestro parque, nuestro cada día más “aromático” parque… . Pero no sé, tenemos una querencia especial a dejarnos guiar por los peores, a quienes cualquier cosa perdonamos, y orillar a los mejores, de quienes odiamos esa superioridad, y damos en la cabeza, cuando no pegamos una patada en salva sea la parte, al menor signo de debilidad. Éste es un país en el que hacerse el tonto es de lo más útil, amiga Dix. Y el penco gana por goleada en el arte de lo mastuerzo. Te silbo. Te levantas. Pones tu cabeza entre mis rodillas. Zalamera.

AGUA

Mira que te gusta el agua, Dix, que no hay charco, acequia, ni breve riachuelo, en el que no te zambullas, que luego te acercas con tus patitas, y me pones perdidos los pantalones, criminal, que eres una criminal. Recuerdo, de cachorro, un viajecito por Teruel, era por noviembre, ¿recuerdas? Por Pitarque, Aliaga, Galve… y te dio por el bañito. Casi te mueres de la tiritona, que Teruel en noviembre son palabras mayores, loca, más que loca. Sin embargo Dix, caen dos gotas, y aunque estés en pleno “aponamiento”, dejas la obra y corres desesperada para casa, que te gusta menos que nada el asperge no buscado. Si es que somos iguales querida amiga, es que eres una “escupinyà de ton pare”. A mi me pasa igual: llega el jueves y desesperado a la Junta, con la cena de sobaquillo ¿por lo que diga el Presidente? Quiá. Porque, terminado el tostón juntero, aparecen los cubatas y Alfredo por frente damos lecciones de las 28 a quien por conveniente tenga hacer el ridi, que otra cosa no hacen, pero impartimos sin coste, o son carísimas, que no sé a cuánto va el kilo de cachondeo. Pero la cosa se estropea cuando aparece mi buen amigo y nos apunta a un Torneo organizado por la Federación. Ya hay que jugar OBLIGATORIAMENTE los sábados a las 17, y mira que le tengo afición, Dix, bien lo sabes pero, ya es palpar escroto, la cosa pierde su gracia. Al principio veía a Moratinos y era gracioso. Me he quedado corto, desternillante. Pero llevamos dos años largos y el tío sigue con las mismas. A toda hora. Estoy aburridísimo. Y cabreado. Es problema de medida. Y de que NO SABE hacer otra cosa. Dix bosteza. Caramba, qué tarde. Buenas noches, Dix

PALOMAS

Tus salidas al parque, Dix, orejas al viento, trotando tras las palomas. Se me da que sabes que no, que no pillarás cacho, que es por mantener la forma, que cuando a menos de metro, un golpe de ala y a la rama más cercana. Pero te mantiene viva, carambas, y matas la gusa, que quede claro que eres cazadora, por más que un par de pocillos en la cocina sean testigos de tus inercias alimenticias. Es lo que tiene, que se te acerca un pivón y se te encienden las luces. ¿Me dice la hora, señor?. ¿Señor? Si, Dix, el señor soy yo, que la moza ni me ha visto. Y no hay derecho, Dix, que de carrocería no te digo yo, pero voto a Tal que el motor está de lo más redondo. Y ahora confesión por confesión, Dix. ¿Qué pasaría si una bobalicona paloma cayera en tus burguesotas fauces? Pues yo te lo diré: lo mismo que si la jai, llamándome “muñeco” (Muñeco, Dix, que hay que tenerlos bien puestos para llamar a esto “muñeco”) me guiñara un ojirri: Que nos iríamos, ambos dos, patas abajo, que esto del ojeo está bien, pero lo de rematar, ay Dix, lo de rematar... Se me antoja que el penco juega a esto. Trota, flirtea... ¿pero tendría los webs?. El caso, Dix, es que prefiero que no se acerque tanto al precipicio, que este hijotal es muy capaz. O a mi me lo parece.

AR

Te quedas haciendo muestra, inmóvil, cara a los pocillos. ¿Para qué más, Dix?. No hay que dar gritos para hacer reproches. Basta una mirada. Recuerdo en la mili, Dix, cómo los bocinazos, los taconazos, los azos, en definitiva, venían siempre de los chusqueros, del Primero reenganchao, que te liaba un paquete en un plis plas, por un quítame allá ese saludo sin la marcialidad debida. El pobre desgraciado, como apenas pintaba nada, tenía que sacar sus galones a relucir a la menor oportunidad. En cambio, el Coronel, ay el coronel, pasaba sin mirar, que éramos los machacas poco menos que bultos sospechosos, y ni firmes ar ni leches, que nos poníamos más tiesos que el vergajo con que don Apolonio atizaba las palmas como no nos supiéramos las tablas. Qué de resortes en las piernas, en las manos... Era el ejemplo perfecto que se usaba para evidenciar la diferencia entre Auctoritas y Potestas. Ya lo dice la voz popular “Dále a un cretino una gorra”. Sin embargo hay que ver como fluye toda esa sensación de jerarquía cuando nace de la propia convicción. No se impone...

¿A qué venía esto, Dix?

DON JOSÉ

Perdona que te cuente batallitas, Dix, pero a vueltas con lo que te contaba, recuerdo cuando me metía en mi cuarto, 18 tenía, que me tumbaba en la cama, apagaba las luces, incluso cerraba los ojos, mientras oía en aquel tocadiscos monoaural, Dix, que servidor no llegaba a mayores, bien alguna de piano de Tchaikovsky , aquellos cuentos de Peer Gynt o la Cuarta de Beethoven. (Sí, Dix, la Cuarta, que humildemente uno reivindica frente a otras que llevan más fama). Todos los sentidos adormecidos, todo mi ser únicamente en los oídos, paladeando hasta el último detalle, sacando toda la esencia, llegando hasta el escalofrío. Qué gozada. Aquellos cátedros en la facul, aquella fama de empresarios de la cucurbitácea, que recolectábamos forzosamente sus sufridos alumnos. Qué silencios, qué llenazos en sus clases, buscando un gesto misericorde que nos permitiera el cinco. Eso, Dix, era la Potestas llevada a la enésima. Recuerdo sin embargo a Don José Corts Grau. Ya lo pillé venerable, pero le sobraban facultades al talludo para conseguir los mismos llenos que los de la vara. Y sin un arreo. Sin apenas elevar la voz, en aulas con trescientos que abarrotábamos cada una de sus clases. La misma sensación, Dix, que con aquella música de la que te hablaba. Incluso cuando el tío soltaba parrafada en alemán, que siempre salía Rilke por algún lado, hablara de lo que hablara, o estando por medio Aristóteles, Tocqueville o Truyol. Era admiración, Dix, que a veces incluso me veía en el ánimo de dejarlo ¿cómo sentirme “compañero” de aquel gigante? ¡Qué enano me veía!. Don José era una Autoridad. No necesitaba gorra, ni banda, ni nada. Por eso, Dix, me pasaba como con el viejo tocadiscos. A poco de empezar, muchas veces dejaba el bolígrafo quieto, y las hojas de tomar apuntes esperaban vanas algo con que alimentarse. Sostenía la cabeza entre las manos, acodado en la bancada, los ojos entornados…No. No era que me apasionara ni Aristóteles ni sir Alexis, ni el bueno de don Carlos se me diera una higa. Ni mucho menos, Dios me perdone, incluso que Rilke me conmoviera, ni poco ni mucho. Es que en aquellas clases, en las que apenas entendía nada de la sustancia de lo que se hablaba, mi admiración era completa. Allí desnuda, podía verse la forma in extenso, esplendorosa, sin aditamentos. Entendiendo el fondo, uno se pierde los detalles de la forma, va “a lo que va”. Yo no admiraba en Don José que hablara en alemán, o que entendiera los arcanos de la filosofía clásica, o la Fenomenología de Husserl, por ejemplo. No. O sí, pero menos. Lo que realmente me impresionaba era cómo aquello tan abstruso, en su palabra era poesía, cómo construía, cómo podía directamente dejar impresas, sin corrección ninguna, palabra por palabra, con sus comas, cada una de las frases que salían de su boca.Así, no entendiendo prácticamente nada, sacralizaba TODO. ¿Soy un poco raro, Dix?

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